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miércoles, 4 de abril de 2012

La guerra del pan.

Había una vez un pequeño pueblo cerca de la gran ciudad. Allí, una panadería familiar abastecía a sus habitantes y a parte de los alrededores. Con el tiempo, y debido a su cercanía con la ciudad, el pueblo fue aumentando de tamaño, con una población joven y creciente que demandaba nuevas necesidades. Así, apareció un negocio de prensa que también abría los domingos y despachaba pan en ese día que la panadería descansaba.
Siguió pasando el tiempo y el pueblo continuó creciendo. Nuevas edificaciones y más población ensancharon el casco urbano, por lo que un nuevo kiosko con servicio de pan fue creado en un área más alejada del corazón del pueblo para abastecer a esa nueva parte de la población. Durante bastante tiempo esta situación se mantuvo de forma sostenible, más aún porque el crecimiento del pueblo se estancó y permaneció estable hasta la actualidad.
Sin embargo, en la zona nueva abrieron un supermercado justo al lado del kiosko. Al igual que en el caso de la panadería, hasta ese momento sólo existía un supermercado en la parte original del pueblo, por lo que era beneficioso aportar este servicio a la parte más nueva y alejada de la población. El supermercado vendía toda clase de productos y cubría una gran cantidad de necesidades de los lugareños. Todo perfecto si no fuera porque también tuvo la idea de vender pan, con el consiguiente perjuicio para el próximo kiosko.
Con el tiempo, la panadería del pueblo decidió ampliar su negocio con un nuevo local, que casualmente fue ubicado justo al lado del primer kiosko de prensa, causando una notable pérdida de ventas a este negocio.

La misma historia del pan es extrapolable al negocio de la fruta que va por los mismos derroteros. Y este pequeño ejemplo de un pueblo es aplicable a ciudades, países o incluso el mundo. Podríamos decir que ocurre como en la naturaleza, donde el pez grande se come al chico, pero dado que somos humanos con una inteligencia que nos diferencia de los animales, esa misma inteligencia está contaminada con sentimientos como la avaricia o el egoísmo que nos perjudican notablemente y así nos va.

Conclusión: hay recursos para todos, pero están muy mal repartidos.

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